La producción de cualquier cosa comienza su proceso con lo que considero lo más
complejo, la planificación. Hay que tomar una serie de decisiones que no deberían ser
apresuradas -obviando que esto podría resultar un buen ejercicio-. Se ha de decidir si se busca experimentar, o continuar ejercitando la mano y la mente con un proceso que se lleva trabajando desde hace tiempo; esto a su vez -podemos pensar- deberíamos conseguir que funcione con la temática, y al mismo tiempo tenemos que decidir qué materiales utilizar y cómo hacerlos cohesionar con el resto de elementos en el proceso de producción.

Experimentar me parece siempre una buena decisión, aún si se puede considerar que a
veces resulta en una (falsa) pérdida de tiempo.  Siempre acostumbrada a la línea, comencé hace poco intentar encontrarme cómoda usando únicamente la mancha, utilizando diferentes herramientas tales como brochas más o menos rígidas, gomas, una gamuza, un trapo ya usado, etc. 

Tanto la línea como la mancha son elementos generadores de formas que suelen ser aplicados en un primer contacto con el dibujo como principios inamovibles de su función delimitadora (en el caso de la línea) o creadora de volumen (en el caso de la mancha). Más adelante vamos descubriendo progresivamente la infinidad de posibilidades de ambos elementos conjuntamente o por separado. Esta es, desde mi punto de vista, una de las decisiones esenciales a la hora de realizar un dibujo final. 

El contenido del dibujo es claro y directo: un kiosco de la Plaza del 6 de Agosto del siglo pasado. Esto implica la aparición de elementos arquitectónicos en que considero como tal el propio kiosco. Quise tomar esta propuesta como una oportunidad para experimentar la mancha desde su aspecto más técnico y académico. Hay algo que me ha estado llamando la atención de determinadas obras a carboncillo dedicadas al paisaje urbano, y creo que no era solo una anticipación de mi futuro interés por la arquitectura, sino la sutileza, pulcritud y técnica mediante la cual lograban que las manchas más sutiles y de mayor simpleza consiguieran revelar los detalles esenciales para que el espectador “autocompletase” la imagen. 

Iván Rickenmann logra dotar a sus obras hechas a carboncillo de la cualidad de estar limitadas a la mancha, o al menos, a la omisión de la línea como elemento delimitador. En sus obras Agua 3 o Siega podemos apreciar una pulcritud casi fotográfica, pero, al mismo tiempo, no parece intentar alejarlas del aspecto o apariencia que el dibujo y el propio carboncillo ofrecen. El trabajo de Rickenmann tiene muy poco que ver con el del artista Ehsan Maleki, que, aunque no sea del todo de mi interés, mantiene el uso de la mancha como medio de creación de figuras. Del mismo modo que John Fenerov, Maleki utiliza el carboncillo de un modo mucho más despreocupado -sin negar la clara capacidad técnica y control sobre la materia- que hace que se pierda en cierto modo esa delicadeza y mayor control de los límites. Esto puede resultar muy útil e interesante para la formación de elementos que se encuentran en un segundo plano, y, por ende, menos enfocados.
Dentro de estos retratistas que hacen brillar en mayor o menor medida las capacidades de la mancha, Francesco Lombardo lleva tanto sus obras a carboncillo como al óleo a un interés más allá de lo estrictamente técnico o académico. Para concretar en el carboncillo, que es lo que a mí me concierne ahora mismo, podemos ver en sus series Sybil, un juego de repetición de las cabezas que se superponen y transparentan creando un cierto efecto de movimiento.

En el caso de mi dibujo podría ser interesante llegar a una solución similar a partir de ese concepto. Focalizando en algunas de las obras de Gerhard Richter vemos, en este caso dentro de la pintura y en cierto modo de la fotografía, no solo un claro interés por la mancha, sino por deformaciones de las que se generan otros borrones, también con un cierto valor plástico, así como lo desarrolla en Onkel Rudi.

A partir de la recomendación de hacer líneas con una cierta expresividad y que dieran más fuerza al dibujo, se me ocurrió que siguiendo con esa propuesta podría implementar un efecto de distorsión, de tal modo que esa alteración del dibujo no fuese un mero complemento, sino una parte relevante del conjunto.

Utilicé un papel Ingres, humedecido y preparado sobre tabla con cinta engomada. Una vez seco creé con una brocha húmeda y carboncillo en polvo unos barridos en lo que sería más adelante el suelo y a partir de esa forma desarrollé la distorsión del kiosco. En la aplicación de dicha distorsión quise evitar que se perdiera la presencia de las dos personas que aparecen, pues me parecían un elemento sustancial. En determinados fragmentos el fondo se ve ligeramente afectado por esa distorsión, de tal forma que evitaba dotar al kiosco de una apariencia de pegatina, es decir, como si no estuviese integrado en mayor o menor medida con el fondo. Respecto a este último, quise manejar el carboncillo con una mayor soltura y despreocupación, dejando entrever la presencia de edificios, pero que esta fuera imprecisa o fugaz.


La propuesta era hacer un dibujo académico, hacia el que mi mayor interés se basaba en la prueba y error, y tras hacerlo puedo asegurar que no se podría considerar de ningún modo una verdadera pérdida de tiempo.

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