Camilo Vanegas's profile

Estudio 8-201920 / Memorias del (Re)Encuentro

Durante gran parte de la historia reciente las arquitecturas primigenias del deseo y la emancipación queer han desaparecido fugazmente en su clandestinidad. Las nuevas generaciones desconocemos la memoria de estos lugares, de aquello que representaron simbólica y políticamente para la reclamación del espacio LGBTQ dentro de la sociedad. Aquellas geografías homofílicas eran más que establecimientos comerciales como bares y discotecas, puesto que fueron lugares de construcción de identidades individuales y colectivas para nuestra comunidad.

Este proyecto se fundamenta en la reconstrucción de la memoria espacial queer a través de la recolección de testimonios, relatos e imágenes, de aquellos cuerpos disidentes que vivieron la escena LGBTQ en Bogotá durante la segunda mitad del siglo XX. Al ser remembranza de las experiencias individuales y colectivas, el proyecto ofrece una interpretación abstracta de la memoria arquitectónica desde la ilustración y la narrativa. Produciendo una publicación artística (zine multiformato) de amplia circulación que, comunique y rememore la revolución de aquellas arquitecturas apropiadas por lo queer.




Un enlace secreto se forma entre el pasado, la pertenencia y la identidad humana, pues bajo un complejo tejido espacio temporal, las sociedades humanas habitamos el presente desde el pasado y con miras hacia el futuro. Dentro de la conformación del ser, la memoria es clave, pero a su vez, esta trasciende al individuo, siendo aquella que en su amalgamiento cumple una función de elaboración política, adscribiendo la identidad de determinados individuos y comunidades, mientras que de otras no. Bajo este precepto, la memoria es transmitida entre las diversas generaciones humanas, quienes guardan en su tradición oral y escrita los recuerdos de aquellos que vinieron antes que ellos. Por su parte, la arquitectura ilustra estos procesos identitarios, ya que en su carácter material y simbólico devela a una sociedad en el tiempo, da cuenta de sus prácticas y tejido social. A partir del espacio delimitado por el objeto arquitectónico, ciertos  individuosciertos individuos y comunidades crean un sentido de lugar y pertenencia, siendo aquella correlación la que conforma las prácticas y políticas a la que estas se sujetan.

Tal es el caso de la comunidad LGBTQ, que desde la oscuridad y la noche, reclamó los espacios para satisfacer su identidad y sus deseos más íntimos. En la clandestinidad, los cuerpos disidentes contrapuestos a la heteronormatividad se reconciliaron con su sexualidad en la pista de baile, en los teatros solitarios, y en lo oscuro. Más aún, llegaron a delimitar sus propias arquitecturas que, durante el tiempo de fiesta, les permitía ser verdaderos con quien realmente eran. La posición política adquirida por estos espacios y la contracultura que dentro de estos se formaba, llevó a visibilizar lo queer dentro de sociedades conservadoras como la bogotana, que a principios del siglo XXI le fue imposible negar que la comunidad LGBTQ hacia parte de su tejido social.

Desafortunadamente, aquellas memorias de resistencia y disidencia espacial se han quedado en el recuerdo de algunos pocos individuos que sobrevivieron a la epidemia de las enfermedades sexuales. La clandestinidad de estas arquitecturas junto con diversos factores socioculturales de sus comunidades de práctica, ha impedido la correcta transmisión de conocimiento a las nuevas generaciones, quienes desconocen parte de la conformación de su identidad en su contexto inmediato. Es por esto que es esencial representar la memoria espacial queer, específicamente de aquellos lugares que transgredieron las construcciones sociales y conformaron los catalizadores de la identidad LGBTQ en Bogotá.

A partir de la información lograda durante el desarrollo del marco teórico, se recurrió a referentes que hubiesen tratado temas de memoria o identidad queer, esto con el objetivo de realizar una mixtura de técnicas y conceptos que enriquecieran la materialización del proyecto. Posteriormente se recolectó bibliografía, entrevistas, y testimonios, que al ser interpretados y traslapados conjuntamente se convertirían en los insumos teóricos del proyecto. De aquí, surgieron tres hallazgos fundamentales: Políticas de reclamación, mediación disidente, y desmemoria. Aquellos soportan la propuesta de diseño, la cual se materializa en un producto editorial auto publicado, democrático y de amplia distribución.

La publicación planteada se basa en las políticas del Zine y se construye por medio de la ilustración bajo una tipología multiformato. Así, el proyecto se consolida en: ocho ilustraciones de formato mediano donde se plasman los espacios más significativos de la memoria queer bogotana, un cuadernillo donde se relatan los recuerdos colectivos de la comunidad LGBTIQ, un póster que ubica las geografías ya desaparecidas, y una serie de postales que muestran la realidad fotográfica de algunos espacios documentados. El objetivo final de este proyecto será convertir lo efímero de la memoria en eterno.
Zine multiformato:
El abordaje del proyecto desde las diferentes escalas e intimidades de los espacios de dispersión queer es esencial para la correcta y amplia comunicación del proyecto, por lo tanto, la publicación planteada consta de elementos con múltiples formatos y materializaciones, cada uno de ellos conceptualmente diferenciado para lograr versatilidad y textura dentro de su lectura.

Cuadernillo:

El cuadernillo se plantea como el elemento más pequeño de la publicación, es aquella pieza profundamente intima donde la memoria clandestina se encuentra resguardada por las portadas. Dentro de este se encuentra la carta al lector, donde se explica el sentido de la publicación y su orden de lectura, y los relatos de cada espacio, los cuales, se encuentran acompañados de apartados ilustrados que conecten por forma y paleta de color con las ilustraciones principales. La materialización del cuadernillo se realiza en hojas de color de bajo gramaje que se asemejen a la paleta de cada subcapítulo, mientras que la portada se realiza en un papel de color crema de mayor gramaje. La encuadernación es mediante grapas para reducir los costos de la publicación.

Ilustraciones:

En estas ocho piezas se materializan cuidadosa y detalladamente las abstracciones arquitectónicas y su memoria. A diferencia de los relatos en el cuadernillo, las ilustraciones no cuentan con ningún tipo de referencia escrita, pues dada la clandestinidad de estos espacios, se considera coherente la carencia de titulaciones dentro de estos. Por el contrario, se plantea que la conexión se dé automáticamente por medio de la gráfica presente en el cuadernillo, así, el lector solo podrá hallar sentido a estas piezas luego de haber navegado a través de la memoria escrita, sus figuras y descripciones. Cada una de las ilustraciones se imprime en un papel de alto gramaje de tonalidad crema, con el objetivo de que se relacione cercanamente con el cuadernillo por medio del material.

Postales:

Las postales se proyectan como un medio apto para transmitir la memoria. El desprendimiento del resto de la publicación permite que estas alcancen distancias inimaginables para las demás piezas de la publicación, lo cual conlleva tanto a la promoción del proyecto como a divulgación de las vivencias que se dieron dentro de los espacios queer en Bogotá. Bajo esta premisa, su gráfica se compone por fragmentos significativos del archivo documental recopilado al cual se superponen ilustraciones de objetos significativos de cada uno de esos espacios. La zona posterior de las postales contiene la titulación y se diseña bajo los preceptos del espacio al que corresponde, a su vez que responde a la reglamentación postal para que pueda ser utilizada como tal.

Mapa:

Desde la publicación se reconoce la importancia política de cada uno de los espacios que se atrevió a desafiar la heteronormatividad y el conservatismo moral de la sociedad bogotana, por ende, desde esta cartografía no solo se pretende ubicar y relacionar los conglomerados de espacios con la ciudad, sino homenajear y rememorar a aquellos espacios de expresión queer de los cuales se consiguió escasa información. Para unificar gráficamente este elemento con las demás partes de la publicación, se dispone la planimetría axonométricamente, a la vez que se realizan ilustraciones de aquellas arquitecturas simbólicas y características de la ciudad de Bogotá. Al igual que las ilustraciones el mapa se encontrará impreso en el papel de tonalidad crema.

Sobre:

Por último, el sobre, que protege del exterior a la publicación y hace menester el ingreso voluntario e informado del lector, que por el contrario pasaría de largo sin saber que hay en su interior, similar al funcionamiento de los establecimientos trabajados durante la publicación. Este funciona como portada del proyecto y, por ende, es síntesis de aquello que se encuentra en su interior.


Espacios Queer (ilustraciones y narrativas):
A partir de este proyecto se observó como la memoria da cuenta de una comunidad, especialmente de las que no tenían voz y eran marginadas, tal como la comunidad queer durante gran parte de la historia reciente. Durante el proceso de conceptualización se designo la tradición oral y la entrevista como los insumos más importantes, puesto que posibilitaron entender como cada uno de los espacios estudiados permitió la conformación y el surgimiento de las identidades queer. Así, los testimonios logrados a partir de entrevistas ejemplifican procesos de reclamación de espacio de la comunidad queer para reivindicarse con sus cuerpos y sus deseos disidentes.

A continuacion se presentan las 8 ilustraciones de espacios queer y sus respectivas narrativas que rememoran la platica entre los cuerpos disidentes dentro del espacio
Tendría una capacidad para ochocientas o mil personas, pero al ser casi siempre los mismos, se sentía como una gran familia. Gerardo y Nicolás eran hermanos y los dueños de Cinema Club, una discoteca fundada entre 1990 y 1992 en una enigmática casa en la carrera 14 con calle 75. Uno siempre tenía que hacer fila para entrar. Ya adentro, pasabas por un túnel estrecho y oscuro donde se paraba una persona con una mesita de banquito a cobrarte. Luego, seguías al vestier, donde dejabas tu abrigo y te encontrabas con tus amigos. Ya al fondo, el lugar se abría en un espacio horizontal donde había un mezanine con barandas metálicas: tú podías estar en la parte de arriba o en la parte de abajo. Si ibas a la parte de arriba, creo que te podías sentar, había una suerte de sillas y mesas, pero tú siempre resultabas contra la baranda, parado. En la parte de abajo, encontrabas la pista principal en el centro, la tarima del DJ al fondo y la barra, que, sinceramente, no recuerdo muy bien dónde quedaba. Cinema era un sitio sin mucha identidad, sin decoración ni nada particular, era casi que minimalista, por así decirlo; solo recuerdo que era blanco con plateado. Curiosamente, tenía aire acondicionado, entonces se sentía frío todo el tiempo. Cuentan que cuando Cinema abrió sus puertas, inició con un concepto de música crossover, pero poco a poco fue adoptando la música electrónica, tanto así que se convirtió en uno de los sitios icónicos de la escena electrónica en Bogotá, para luego ser reconocido legendariamente por sus extraordinarios eventos de este tipo de música, su selectivo material y exclusivo público. Cinema rompió el paradigma del tipo de personas que iba a estas fiestas: tú no veías el man maluco con la mujer maluca, sino todo lo contrario, gente superbién a la que le gustaba este tipo de música. Tanto así que en un momento llegó a ser el bar de moda al cual iban los muchachos lindos de las mejores universidades y colegios de la ciudad y del país. Al comienzo, fue un sitio hetero, como cualquier otro, con la particularidad de haber sido construido en un teatro café concierto, pero por lo visto, alguien les dio la idea de que podían abrir un bar con la gente gay. Ellos no hicieron mayor modificación, sino que el sitio se fue transformando por el público que allí asistía religiosamente. Además de consolidarse como uno de los mejores escenarios nocturnos de la capital y el mejor expositor de los sonidos electrónicos de su época, Cinema aceleró, desde mi percepción, el proceso de visibilidad queer en la sociedad, y es el boom de los imaginarios de la rumba gay en Bogotá.


Si tú bajas de la avenida carrera 15 por la calle 74, aún se esconde entre dos parqueaderos una casa grande de fachada blanca y anónima. Allí, originalmente era un modesto jardín infantil alemán que, durante nueve meses exactos de obra durante el año 95, se vería transformado en una especie de bodega industrial que se llamó Zona Franca. En el momento que abre, mucha gente vuelca la mirada a este mercado y se da un boom impresionante de discotecas que parte la historia en dos, ya que antes en Bogotá se abría una discoteca queer clandestina cada tres o cuatro años. Rápidamente, Zona Franca se convertiría en el punto central de los play gay del norte.

Por mi parte, yo llegaba a mi casa a comer algo y salía volado al café de Zona Franca, pues ese era el sitio play: ahí te encontrabas con los actores del momento, con los modelos gais del momento, te encontrabas con los hijos de senadores de ese momento, todo gay que era algo estaba ahí.

Primero, tú llegabas a la reja de entrada a la discoteca, que curiosamente no tenía letrero ni nada que le hiciera saber al transeúnte cómo se llama ese lugar, y pasabas por una selección para entrar que no te la imaginas. No era fácil entrar, no era fácil ganarse la confianza, no era fácil ser invitado, y tampoco era fácil incluso llegar por el temor de que de pronto no te dejaran entrar. El que entraba era selecto, literalmente, precisamente por la por la élite que estaba allí dentro. Luego de haber sido aprobado, recorrías un trayecto donde se encontraba la caja, en la cual pagabas diez mil pesos consumibles.
Lo primero que encontrabas al atravesar una puerta circular era un corredor largo acristalado por el que veías quién estaba en el café, un espacio diferenciado de la discoteca a la cual se entraba por el lado del guardarropa. El café se abría de lunes a domingo y actuaba como el ambiente pop durante la rumba. Por allí también accedías a una terraza elevada, muy bonita y moderna, que quedaba al lado de la reja de entrada. En caso de que no ingresaras al café, te dirigías directamente al guardarropa, donde dejabas tu abrigo, ibas al baño, te encontrabas con amigos y terminabas de construir tu cuerpo espectáculo. Luego, tenías dos opciones: subir al mezzanine o dirigirte directamente a la pista de baile. Eran dos espacios diferenciados verticalmente, pero interconectados por la doble altura y la música anglo crossover. Un poco, lo que proponía Zona Franca era que desde estos dos espacios uno podía ver y ser visto, y entre más encaramado y más te vieran, mejor, pues al público queer le gusta ser visto, no es de irse a quedar en un rincón ni nada por el estilo; de alguna manera, esa es su forma de que lo conozca y ser conocido.

Adicionalmente, Zona Franca rompió por completo el mito de la dinámica de mesas, de reservar, de la botella, los meseros y demás, donde la gente se quedaba estática toda la noche, sentada. Este era un sitio para moverse, para estar pa' un lado, pa' otro, cambiando las dinámicas de consumo y de moverse dentro del bar, ya que aquí siempre fue servicio de barra. Primero se empezó con una barra contra la pared, que después se movió entre cuatro columnas anteriores a la pista de baile para que la gente girara 360 grados en torno a la barra, eso te daba la oportunidad única de estar haciendo coqueteo con el de enfrente mientras esperabas tu bebida o tu trago. Ya al fondo, se encontraba la cabina del DJ en el mezzanine y el escenario a media altura de la pista de baile, al cual se subía por una escalerilla que a su vez iba a los camerinos, debajo. Por su parte, en el escenario, ocurrían todos los eventos y espectáculos que, en su mayoría eran de drag queens, transformistas y strippers.

El ambiente tú lo sentías a partir de la arquitectura interior, en la que predominaba el metal y la tenue luz de neón azul y mostaza. Por su parte, la decoración era muy sencilla: en el espacio principal solo encontrabas el logotipo de Zona Franca y algunos afiches publicitarios, mientras que en el corredor de acceso, encontrabas cuadros de marco metálico donde veías la sensualidad del cuerpo masculino. Se decía que en Zona Franca la rumba era tan buena que los heterosexuales se morían de ganas de ir allá.

A pesar de esto, cerraron un año entero para hacer una remodelación total, donde te digo que convirtieron la parte de adelante en un café, así que lo que era la rumba de solo fin de semana pues se convirtió todos los días, ya que todo mundo iba a encontrarse ahí, en el café. A partir del mismo momento en que abrieron Zona Franca, ya reestructurada, los dueños compraron una sede en La Calera, ya que la nueva ley zanahoria acá, en Bogotá, limitaba la rumba hasta la una de la mañana, entonces se acaba la rumba y todo el mundo a mirar para dónde agarrar. Ahí fue cuando surgió Franquicia, la sede en La Calera de Zona Franca, con la particularidad de que si uno estaba rumbeando en Zona Franca, te ponían un sellito y a la una en punto paraban allí como ocho buses que recogían a la gente que quería subir a La Calera y a las seis en punto volvían y los bajaban acá, a Bogotá. Esa era la vida de Zona Franca, era una vida muy light, muy emocional, que, independiente de lo que diga la gente, marcó un antes y un después, pues allí era el lugar donde reivindicabas quien tú verdaderamente eras.


Aunque hoy en día no parezca, ni en aquella época tampoco, gozaba de mucha popularidad, aunque sea entre aquellos homosexuales que buscábamos complacer nuestros placeres más ocultos. El teatro Faenza, que aún sigue en pie, es un cine art nouveau en Las Nieves. Si mal no recuerdo, abrió sus puertas en 1924 y era especialmente populoso los domingos, cuando la gente se atiborraba en su entrada. Cuatro décadas después, tú veías que el teatro ya había caído en desuso y proyectaba películas de segunda mano todo el día en lo que llamaban rotativa, que era muy divertido porque podías quedarte a todas las funciones que quisieras, y frecuentemente estas eran de vaqueros o karatecas. Recuerdo que en ese entonces fue una sala de cine decadente con un gran espacio oscuro y entrada barata. Cuando la sala se encontraba más vacía que llena, podías atisbar hombres en la penumbra que se juntaban para tener relaciones sexuales o simplemente tocarse. Usualmente, la platea y el mezanine eran para encuentros más casuales; en cambio, en los baños era donde podías realmente satisfacer tus placeres furtivos. Los baños se encontraban un tanto ocultos a la entrada de la sala de proyección, entonces no eras visto por la gente entrando o saliendo, los vendedores de dulces o los porteros. Ya dentro de los baños, cualquier cosa podía pasar, podías tener sexo dentro de las cabinas de los sanitarios o, si eras más arriesgado, en la poceta del orinal. Aquella situación se daba porque en aquellos tiempos la homosexualidad era penalizada en Colombia, entonces nosotros, en medio de las funciones y la oscuridad, buscábamos satisfacer nuestra identidad clandestina.


A continuación, encontrarás un apartado de la entrevista realizada por Francisco Celis Albán (2009) al célebre artista bogotano Miguel Ángel Rojas, en la cual describe, desde sus recuerdos más íntimos, aquel mítico lugar:

¿Cómo era el mundo homosexual en aquella época?
Muy cerrado. Recuerdo que había un bar que se llamaba El Arlequín, que era como de una generación mayor. Yo tenía amigos mayores que iban a ese sitio, no voy a dar nombres. Con algún amigo fui al Arlequín porque era el único bar gay. Ponían música de Chavela Vargas; era bastante elegante el sitio, con arañas de cristal, floreros de gladiolos inmensos y la gente como muy puestecita. Había un humor tremendo. Lo que recuerdo es que era gente que tenía, quizás como reacción a todo el rechazo, una rapidez mental impresionante. Se tiraban dardos a cada instante. Había una agresión verbal muy fuerte; era duro, se tiraban rayo. Algo que ha cambiado muchísimo, yo creo, por la misma razón de aceptación. Esa condición de “loca” brillante, que hiere, que utiliza la sátira, que es mordaz; eso ya no se da, pero en el momento sí había como esa modalidad y esa atmósfera de prevención, que daba como consecuencia unas reacciones muy fuertes.
Estaba ese sitio y, además, estos teatros. Ahora todos los muchachos van a los videos y no tienen ningún problema. El centro de Bogotá era como el sitio de encuentro. La séptima funcionaba mucho en el cruce de miradas y la calle diecinueve también. Eran muy riesgosos esos encuentros que se daban por toda la séptima.

¿El ambiente del Arlequín era como esa atmósfera de los burdeles de las películas italianas?
No. Era un bar muy elegante, muy posudo.

¿Qué hacía la gente adentro?
La gente hablaba y oía música. Tenía como dos espacios: primero, estaba la barra. Ahí es donde digo que estaban esos floreros de gladiolos; al camarero le decían la bicicleta…

¿Por qué?
No sé, creo que era de toda la vida y estuvo allí por mucho tiempo; no sé quién era. También iban lesbianas.

Iban políticos…
También.

¿Se bailaba?
Sí, se bailaba en la parte de atrás. Música de Chavela, pasodobles...

¿Era un salón con mesas o con salas?
Eran como salitas con mesas. Era muy elegante, no tenía nada de sórdido. Lo único sórdido era la sátira. Lo único raro y extraño de la gente.

¿Cómo se daba esa sátira? ¿Entre personas que se conocían o un extraño llegaba y lo vapuleaban?
No, eran personas que se conocían y que se daban duro. Y no solamente en ese sitio, la expresión de la gente gay en Bogotá era esa; la gente era muy culta. Pero eso pasó por completo, ya la gente no es así.

¿En qué época se acabó Arlequín?
Se acabó hace relativamente poco. Duro muchísimo tiempo agonizando y creo que hace como unos veinte años cerró. Entonces se fueron dando otros bares, unos más elegantes que otros. Siempre había una pose: había uno que se llamaba Tea for Two que, creo, es una canción de jazz. Quedaba en la calle setenta y dos, tenía música de jazz, había mesitas y era también muy puesto. Y luego sí empezaron a aparecer los bares como de mala muerte... bueno, de mala muerte no, pero sí sin ese sofistique; algunos de muy buen nivel se dieron en algún momento, pero otros sí eran bastante sórdidos, como Piscis, que después fue Calles de San Francisco.



Siempre eran señores mayores de bigote. Fue en ese sitio que por primera vez vi personajes de ese tipo bailando en pareja. Se llamaba La Pantera Roja y se sentía como ir a una película. El sitio formaba parte de tres o cuatro locales tipo sobre la 33 con Caracas, y Félix, el dueño, adaptó uno de esos locales para su discoteca. Era un sitio muy peculiar donde las transformistas podían hacer show; ellas estaban motivadas por un concurso muy famoso que se llamó la Orquídea de Plata. Félix era muy exigente con la estética de las que se presentaban ahí, no dejaba presentar a cualquiera con tres chiros, no: tenían que estar bien montadas y bien presentadas. De ahí es de donde salen todas las superfamosas de esa época, tal como la Lupe, Karin Michelle y Berushka. Ellas se cambiaban y todo en un camerino grande, en un segundo piso improvisado, del cual bajaba una escalerita metálica en forma de caracol que llegaba a un escenario sin ser escenario; era como una tarimita de esas improvisadas que también doblan como pista de baile. En un momento de la noche, bajaban al salón lleno de mesas las transformistas pomposas, como de fantasía de diva mexicana, con vestidos grandes, buenas pelucas, coronas y brillantes. Muy folclórico todo. Entonces empezaba el show con luces que alumbraban a las transformistas haciendo ver de su maquillaje una composición azul verdosa; ellas, muy folclóricas, casi siempre interpretaban música de Rocío Dúrcal o Amanda Miguel. Lo que más me gustaba era que en las paredes tenían fotos de las ganadoras de la Orquídea de Plata en unos marcos barrocos. Estos estaban supercargados y siempre marcados. Era como una galería de ellas, solo las más duras estaban ahí. Curiosamente, La Pantera Roja era un gato rojo grande bien estilizado, de esos de cerámica, que se encontraba en la entrada sobre un lateral de la barra. Lo último que supe fue que al dueño lo habían matado feo y por eso se acabó el bar. Nunca confirmé que esto fuera verdad, pero fue muy triste e impactante.



Yo era muy amigo de Plinio. Él era todo un personaje, muy avanzado para su época, pues su visión de lo gay era muy atrevida para los estándares del momento y todavía de hoy en día. Tal vez no mucha gente lo entendió; yo creo, incluso, que él era para haber estado en Nueva York, Berlín o una vaina así, donde hubiera podido ser más entendido. Él me invitaba de jurado a unas fiestas bastante particulares en Calles de San Francisco, un establecimiento que tuvo primero dos sedes en el centro y luego una en Teusaquillo. Arrancó en la calle 19 con septima, en un segundo o tercer piso del centro comercial VidaNova. Luego, se mudó al costado oriental de la carrera 10 con calle 24, en el segundo piso de un edificio muy particular de los años 50. Y, finalmente, se asentó en una casa blanca en Teusaquillo, donde estuvo inicialmente el que se llamaba Apolos, en la carrera 13A con 35.

Él fue quien se creó un concurso llamado El Pene de Oro, que consistía en desnudar tipos y juzgar quien tenía el más grande, el más grueso, el más todo. Imagínate tú juzgando ese tipo de cosas. Se sabía que metía burros y lo hacía con gallinas, hay gente que dice que llegó incluso a tener un show llamado Cadáveres Eróticos, con ataúdes de gente haciéndose pasar por muerta. Otros decían que estaban muertos; yo, por lo menos, no creo que haya llegado a ese extremo.

La particularidad era que él, en un momento de la noche, hacía la hora loca y apagaba la luz, luego de haber mostrado y paseado los strippers por el público. Luego, él empezaba a contar y decía «20, 19, 18, cojan, hagan», es decir, coja al stripper o cójanse entre ustedes mismos, «quedan 17, 16, 15, coja, mijo, coja, agarre…» y unos tipos ahí desnudos, con las vergas paradas, paseaban entre las mesas mientras el DJ animaba el show diciendo cosas muy divertidas como «síguelo mamando, síguelo gozando» o «sí, señores, hay penetración, hay penetración». Para mí, se hacía aún más emocionante cuando se estaba acabando la cuenta regresiva y se escuchaba el mover de las sillas y los pasos de la gente regresando a su puesto. Él siempre tenía cuartos oscuros. A veces, él colgaba bolsas de basura negras y las disponía así, escurridas, en forma de panel, como en un laberinto un poco rústico, como si hubiese faltado un poco de presupuesto en el tema.

El local originalmente era el antiguo Cronos, que, en su época dorada, contaba con unos leones que guardaban una entrada de columnas imitación romana con su típico friso romano. Pero en la época de Calles de San Francisco ya estaba caído, todo vuelto nada. Entonces tú entrabas, primero, al lado de una tienda de barrio, por una puerta chiquitica, a un cuarto donde no había ni letrero ni nada, y pasabas a un corredor muy ancho que tenía una barra gigante, muy setentera en su estética. Luego, él tenía un espacio así, lleno de mesas a doble altura, por donde se paseaban los tipos, y estaba el escenario donde ocurría el sexo en vivo. Por allá, al fondo, él manejaba el cuarto oscuro, y el que estaba muy caliente, pues, mijo, iba y se metía al cuarto oscuro y ya. Desde la calle, había una escalera que subía a un local aparte llamado Junior Boys, la típica bodega entejada a dos aguas que actuaba como el amanecedero del Juniors de la calle 39.
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Desafortunadamente, el local se encontraba en decadencia y todo el mundo hablaba pestes del sitio, «ay, qué asco, que ay, qué terrible, que mire que no sé qué». Aún así, allí estaban cada espectáculo. Calles de San Francisco fue muy particular, más que por el sitio —que todo el mundo decía que era muy sórdido y sin cuidado de su estética—, era por el morbo del sexo y la exploración de las fantasías sexuales, y en eso Plinio era el maestro, él era el mejor.



Un mundo hermético conocido a través de amigos de amigos y conocidos de conocidos se materializa a las nueve de la noche en Fígaros Bar, un establecimiento anónimo ubicado, durante los últimos 50 años, en la calle 22 # 6-24, en el interior 6 del pasaje El Ley.

La primera vez que fui allí fue con mi novio de ese momento, al cual lo había invitado un señor ya de edad. Recuerdo que al principio fue muy extraño porque el pasaje se encontraba vacío; solo estaba habitado por dos personajes solitarios y la música que, a la distancia, provenía del local al que nos dirigíamos. Ya en frente y dejando nuestros miedos atrás, decidimos cruzar el umbral y superar la trampa visual que impedía reconciliarnos con el interior y nos obligaba a entrar de lado frente a la gran barra. Adentro, la situación era completamente diferente: no era el bar de mala muerte que nos habíamos imaginado; por el contrario, era un lugar cálido y lleno de vida, con luces de colores y hombres mayores emparejados. Pocas mujeres había. Aquí se respiraba un ambiente masculino similar al de las tabernas de barrio, completamente distante a los bares y discotecas gay de hoy en día.

Esa vez, mi novio estaba más animado que yo, él pidió dos cervezas en la barra y me sacó a bailar entre las mesas una canción guapachosa que sonaba desde un altoparlante de madera que colgaba, pesado, junto a la entrada. Para mi sorpresa, otras parejas de hombres mucho mayores se pararon a bailar despreocupadamente junto a nosotros.
El lugar tendría unos seis metros de frente por diez de fondo y consistía en un solo gran espacio resguardado por la trampa visual que te comenté anteriormente. Recostada a la derecha, encontrabas una gran barra con sillas altas y acolchonadas y un espejo contra la pared. En el extremo de la barra se hallaban las canastas de cerveza, el trago y una zonita de lavado de manos. Ya en frente de esta, encontrabas mesas de aluminio de cafetería, acompañadas por sillas con cojines azul celeste y varillas de acero negro. Si no estoy mal, recostado contra la otra pared había un sofá largo que recorría todo el espacio y múltiples mesas de madera opaca para las parejas. Uno se sentaba en el sofá y el otro, en las sillas azul celestes que te describí anteriormente. Recuerdo que al fondo se encontraban una o dos puertas que dirigían a los baños. Pero eso era todo, eso era Fígaros Bar, un lugar que en mi ignorancia y prejuicio logré encontrar más cercano de lo que pude haber esperado en ese entonces.

Lo mejor que encontré fue aquella familiaridad que desde su identidad rosa es transversal a tradicionales musicales y culturales colombianas, lo cual me hacía sentir doblemente en casa. En definitiva, Fígaros fue y será siempre un sitio ideal para los amantes de los hombres maduros y la música de antaño, un lugar para aquellos que buscan escapar de la noche fría y estéril de esta zona de La Candelaria.



El dueño se llamaba Jairo Lozada y según dicen, se fue del país hace 12 años. Él comenzó su taberna en un garaje que adaptaron para un local comercial. Este quedaba en la carrera 7 #48A-80, y se rumora que al principio era un supermercado de papas, verduras, frutas y todo eso. Él alguna vez me contaba que, en otras épocas, se reunía los fines de semana a tomar cerveza con sus amigos gay en el localito. Con el tiempo, eso le dio pauta para abrir lo que sería Ponto di Encontro o, en español, Punto de Encuentro.

Ese era el sitio de encontrarse los fines de semana todos, por lo menos los del ambiente universitario. Nosotros teníamos el Grupo de Apoyo a la Diversidad y la Orientación Sexual, en la Universidad los Andes, y todos bajábamos por toda la 19 hasta la séptima para luego echarnos la caminata hasta la 49. Ahí, nos encontramos ya conocidos de la Javeriana, la Tadeo, del Rosario o los de la Sabana se venían, inclusive. Era el punto central. Era un cuento porque era un local chiquito, de unos tres metros como por cinco; no cabíamos, era diminuto, pero se llenaba a morir, a morir es a morir, porque era el único sitio en Bogotá al que tú podías llegar, pedir una cerveza y quedarte tranquilo toda la noche.

Era como el plan de ir a la tienda y tomarse unas cervezas con los amigos.

La gracia del local es que al fondo había una especie de mostrador de tienda, donde él adaptó la música, la barra y todo lo demás. Al lado había un bañito, pero un baño de tienda, un orinal y un sanitario y nada más. Al frente había muy poco espacio, unas mesitas y nada más, pero a la gente le encantaba era porque todo el mundo parchaba afuera, todo el mundo estaba ahí, afuera, en el antejardín fumando y tomando cerveza. Lo particular es que tú estabas en plena carrera séptima, y ponle tú que a dos metros los buses frenaban a recoger gente, paraban por los semáforos, y pues toda la gente podía ver a los gais aquí, tú siendo lo que eres, y te importaba cinco que te estuvieran viendo o juzgando. A veces, Jairo se salía de los chorizos, apagaba la música y empezaba a insultar a la gente porque decía: «Estas locas tacañas es que no quieren comprar», cuando veía que las ventas estaban mal, y no volvía a encender la música hasta que la gente volvía a comprar. A veces decía: «Bueno, locas, ustedes qué creen, que esto de qué se mantiene, vinieron a no sé qué», y volvía y gritaba: «Locas, tacañas, gasten algo, ustedes qué creen, que yo me voy a quedar toda la noche aquí haciendo qué». Todo el mundo se reía, chiflaba y de todo, pero esa era la idiosincrasia que tenía ese lugar. Era muy libre, no había un código, un protocolo ni nada de esto. Llegaba el que quería llegar.

Muchos nos estábamos hasta las nueve, diez u once de la noche, y de ahí usualmente, por grupos, salíamos a otras discotecas con temática: algunos a Zona Franca, otros a la 85, a Angels, y otros al Blues, en la 82.
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En todo caso, ese era el punto de encuentro; literalmente era de todos, ese era un sitio que todo el mundo acá, en Bogotá, conocía, porque cualquiera podía decir «nos vemos en Ponto di Encontro» y uno se encontraba con los amigos tipo seis, siete de la noche, de manera muy descomplicada. Ese fue un sitio que marcó la pauta durante muchos años y yo creo que la connotación de importancia que toma es donde estaba. Hoy en día, de repente, sería más lógico, pero para esa época, y que eso pegara y viviera lleno, es una anomalía.​​​​​​​



Nombre del Proyecto: Memorias del (re)encuentro
Nombre del Autor: Camilo Andrés Vanegas Solano
Correo electrónico: ca.vanegas11@uniandes.edu.co

Director: Carolina Rojas Cespedes
Universidad de los Andes
Facultad de Arquitectura y Diseño 
Departamento de Diseño 
2019-02
Estudio 8-201920 / Memorias del (Re)Encuentro
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Estudio 8-201920 / Memorias del (Re)Encuentro

Este proyecto se fundamenta en la reconstrucción de la memoria espacial queer a través de la recolección de testimonios, relatos e imágenes, de a Read More

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