Ale Lagos's profile

Pintando castillos • 2018

Ilustración inspirada en extractos de las memorias del escritor ruso Vladímir Bukovski, "Para construir un castillo: mi vida como disidente"
Propuesta personal de portada, Argentina, 2018
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Illustration inspired by excerpts from the memoirs of the Russian writer Vladimir Bukovski, "To build a castle: my life as a dissident" 
Personal cover proposal, Argentina, 2018
Cuando me enviaban a la celda de castigo hacía lo imposible por llevarme a escondidas un pedazo de mina de lápiz, por lo general escondiéndomela en la boca. Y si lo conseguía, me pasaba todo mi encierro en la celda dibujando sobre pedazos de periódico o directamente en el suelo, en las paredes, pintando castillos.
No plasmaba simplemente su aspecto general, sino que me imponía la tarea de construir el castillo por entero, desde los cimientos, los suelos, los muros, las escalerillas y pasadizos secretos, hasta sus puntiagudos techos y los torreones. Pulía cada una de sus piedras, cubría los suelos con parqué o con baldosas de piedra, llenaba de muebles las salas, colgaba las cortinas y los cuadros, encendía las velas en los candelabros y las humeantes antorchas de resina en los interminables pasadizos. Ponía las mesas y agasajaba a mis invitados, escuchaba música con ellos, bebía vino de las copas y luego tras una taza de café me fumaba una pipa. Subíamos por las escalinatas, íbamos de una sala a otra, contemplábamos el lago desde la terraza abierta, nos encaminábamos hacia las caballerizas, donde admirábamos los caballos, nos dirigíamos al jardín, espacio que también tenía que diseñar y cubrir de todo género de plantas. Regresábamos al castillo e íbamos por la escalinata exterior a la biblioteca, y allí, tras encender la chimenea, me aposentaba en un blando sillón. Hojeaba viejos libros encuadernados en gastadas cubiertas de cuero y con pesados cierres de bronce. Sabía incluso lo que se había escrito en aquellos libros. Podía leerlos.
Aquella ocupación me bastaba para todo el periodo de encierro en la celda de castigo, y me quedaban muchas cuestiones aún no resueltas para la vez siguiente. Pues a veces se me iban varios días en resolver problemas como qué cuadro colgar en el salón, qué armarios debía colocar en la biblioteca, qué mesa en la sala del comedor. Aún hoy puedo dibujar aquel castillo incluso con los ojos cerrados, recrearlo en todos los detalles. Un día lo encontraré… o lograré construirlo.

Sí, un día invitaré a mis amigos y recorreremos juntos el puente levadizo atravesando el foso, entraremos en aquellos alones y nos sentaremos a la mesa. Arderán las velas y sonará la música y el sol se pondrá lentamente sobre el lago. He vivido en este castillo cientos de años y he pulido cada una de sus piedras. Lo he construido encerrado durante los interrogatorios en Vladímir. Y el castillo me salvó de la indiferencia, de la sorda angustia que produce la insensibilidad hacia los vivos. Me ha salvado la vida. Porque uno no puede quedarse mudo, no tiene derecho a permanecer indiferente. Porque es entonces cuando a uno lo ponen a prueba. Pues sólo en el deporte los jueces y los adversarios te dejan mostrarte en tu mejor forma, estos récords no valen un céntimo. En la realidad las mayores pruebas te las intentan imponer cuando estás enfermo, cuando estás agotado o cuando justamente necesitas un respiro. Entonces es cuando te agarran y te intentan romper la crisma. Me refiero a esos momentos cuando el cazador de almas te saca aturdido del agujero o cuando el educador te llama a una entrevista.

¡Oh no, no se pondrán por las buenas a proponerte que colabores! No, lo que necesitan es algo mucho menos importante: sólo que cedas un poquito. Lo que quieren es acostumbrarte a ceder, a la idea de que hay que llegar a un acuerdo. Te palpan con cuidado, a ver si ya estás maduro. ¿No? Qué se la va a hacer, de vuelta al agujero, para que madures, ellos disponen de todo el tiempo del mundo.
¡Estúpida gente! Los pobres no sabían que yo regresaba a mi celda para encontrarme con mis amigos, para volver a nuestras charlas interrumpidas junto al fuego de la chimenea. ¿Cómo se podían imaginar que yo hablaba con ellos de pie en la pared del castillo, de arriba abajo, más preocupado por el problema del diseño de las caballerizas que por sus estúpidas preguntas? ¿Qué podían hacer ellos contra las gruesas paredes de piedra, contra las torres dentadas y las almenas? Y yo me reía de ellos de regreso con mis invitados, cerrando a cal y canto tras de mí las macizas puertas de roble.

En esos momentos, cuando todo te resulta indiferente, cuando la conciencia ha enmudecido y sólo cuentas angustiado los días que has dejado atrás, es justamente entonces cuando en la celda de al lado alguien se encuentra mal, alguien pierde la conciencia y se hunde. Que hay que aporrear la puerta, armar un escándalo, llamar al médico. Por estos golpes, por el escándalo, el enfurecido ciudadano jefe te alargará sin falta tus días de castigo. Por eso es mejor que calles y hundas la cabeza entre las rodillas, dite a ti mismo que estabas dormido y no has oído nada. ¿Qué te importa? No conoces al tipo, él tampoco sabe nada de ti, nunca os encontraréis. Y de verdad podrías no haberlo oído… Pero ¿puede permitirse una cosa así el habitante de un castillo?

Aparto a un lado el libro, tomo un candelabro y me dirijo hacia el portón para dejar entrar en mi castillo al viajero al que el mal tiempo ha sorprendido en el camino. ¿Qué me importa quién sea? Incluso si se trata de un bandido, el hombre debe calentarse al amor del hogar y pasar la noche a cubierto. Y que se enfurezca la tormenta tras las puertas del castillo, da igual, pues no logrará arrancar el techo, ni derrumbar los gruesos muros, ni apagar mi fuego en el hogar. ¿Qué puede lograr la tormenta? Aullar si acaso y gemir a través de la chimenea.

Pintando Castillos • Vladímir Bukovski
de: El viento sopla otra vez • 1978
(antigua URSS, 1971-1976)
Pintando castillos • 2018
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Pintando castillos • 2018

Proyecto personal: Tinta y lápiz en cartulina de 210 gms.

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