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El Paisaje de la Memoria

UI Arquitectura del Paisaje
Adelaida Carrizosa y Tatiana Vejarano 
Teoría
El paisaje de la memoria
El Paisaje de la Memoria 
La guerra 
Desde hace más de 50 años, Colombia ha sufrido el conflicto interno más antiguo del hemisferio occidental. Tras dejar alrededor de 260.000 muertos y casi siete millones de desplazados, Colombia se enfrenta hoy en día a un periodo de transición, en el que el gobierno y los grupos armados han tomado diferentes medidas con el fin de alejarse de las armas, acercándonos cada vez más a un periodo de pos-conflicto, en donde prime una condición a la cual no estamos acostumbrados: la paz.  
La guerra civil a la que nos hemos enfrentado nace en los años 50, impulsada por una confrontación bipartidista entre Liberales y Conservadores que desencadenó un periodo de violencia en todo el país. Desde el inicio, el conflicto armado se vio relacionado con la problemática de las tierras campesinas. En 1961, a raíz de la reforma agraria, que buscaba adjudicar tierras a los campesinos con el fin de modificar la estructura productiva y de propiedad del campo, comenzaron a presentarse expropiaciones ilegales de tierras. Esas expropiaciones culminaron en la creación de grupos armados al margen de la ley, como las FARC (Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia) y El ELN (Ejército de Liberación Nacional). Desde entonces, Colombia ha sido testigo de un alarmante número de masacres, secuestros y atentados en los que diferentes grupos armados, paramilitares, narcotraficantes y guerrilleros han utilizado la lucha por el territorio colombiano como herramienta principal para afirmar su poder y, como consecuencia, nos han convertido en el país con el mayor número de población despojada y desplazada a nivel mundial. 
El desplazamiento 
La palabra país surge de la necesidad de explicar algo tan virtual como un límite político que determina el origen geográfico de una persona. Ser de un determinado país y no de otro cambia completamente el sentir de un ser humano es por esto que gran parte de nuestra identidad tiene que ver con nuestro lugar de origen. Cuando una persona se presenta, buscando definir quién es, antes calificarse como amable, rico, pobre, alto, inteligente o incluso antes de decir su nombre hay una realidad establecida y es que viene de algún lugar. Entonces, ser colombiano es una característica que hace parte de nuestro ser desde el día que nacimos. Pero en Colombia, el contexto de la violencia y el desplazamiento forzado llegaron a arrebatarle a muchas personas esa parte de su identidad, haciéndolas sentir de ningún lugar, de ningún paisaje. Paisaje, en este sentido, es la unión del concepto tangible de territorio y el sentir de sus habitantes con respecto a este. Es la apropiación del país por parte de quienes lo habitan y, por ende, incluye todas las temporalidades y los recuerdos asociados a este, en este sentido, al dejar de pertenecer a un paisaje por el desplazamiento forzado, una persona puede llegar a sentirse rechazada por su propio país, y al no sentirse parte de un territorio, no puede existir, en ella, una definición para la palabra paisaje.    
Esta guerra, que nos ha arrebatado parte de la identidad, ha hecho de nuestra historia, algo que no queremos recordar; ha logrado fragmentar el país generando dolor, indiferencia y ganas de olvidar. Muchos de los colombianos se han puesto una venda en los ojos, decidiendo no ver para intentar no sentir. Sin embargo, hay quienes dicen que quien no conoce su historia está condenado a repetirla y en Colombia, está claro que, aunque el paisaje está cargado de historia, memoria y recuerdos, por costumbre le damos la espalda. Por décadas hemos tratado de ignorar lo que significa pertenecer a un paisaje, sin embargo, algunos artistas entendieron la importancia de cambiar esta situación, dedicando toda su vida a hacer visible lo invisible, a narrar, a través de su obra, los eventos de la guerra desde los ojos de quienes la vivieron en carne propia para así generar una memoria histórica.  
La memoria 
Según el centro de memoria histórica: "La memoria histórica se refiere a acontecimientos y hechos que adquieren un sentido especial para un país, para una clase o un grupo social, es decir, hechos que generan gran impacto social y que dejan huella en la memoria individual y colectiva de una población” (Idárraga Alzate, M.). Alrededor del mundo, en los territorios en los que ha habido acontecimientos políticos que han marcado un antes y un después en la historia, se habla de la importancia de hacer memoria como medio para reconstruir un tejido social que se ha visto desgarrado por lo sucedido. En Colombia, el paisaje habla del conflicto, cuenta la historia de los lugares que más se han visto afectados por la violencia y en algunos casos permite recordar las víctimas de la guerra.  
Cuando hechos tan atroces como los que este país ha vivido pasan en un cierto territorio, es inevitable que se genere una relación, un vínculo entre lo sucedido y el lugar y es muy difícil lograr desligar estos dos elementos. Es por esto que Colombia necesita entrar en un proceso de resignificación del paisaje, en el que se creen nuevas asociaciones con el territorio que permitan desarrollar un sentido de resiliencia con el que las personas se puedan sobreponer al dolor emocional, sin olvidar lo que pasó. Es necesario crear un paisaje de la memoria que nos ayude a no olvidar, a sanar y seguir adelante entendiendo que en ese lugar pasaron cosas muy dolorosas que nadie debería volver a vivir.  
El paisaje de la memoria puede llegar a tener tantas singularidades como personas que lo definen. Se trata de entender la memoria como algo individual y personal que construye un recuerdo colectivo del pasado para definir un futuro esperanzador. Los colombianos, afectados por la historia del país, son quienes están en la capacidad de tejer la memoria colectiva, de artealizar, a través del espacio, un evento traumático. La artealización es un proceso que pone el arte a su favor para llegar al alma de las personas con el fin de tocar al menos una fibra en cada una, y así lograr cambiar la relación de dolor que se tiene con un espacio por una de ilusión. Se trata de darle un nuevo significado a un lugar, sin embargo, no es simplemente un proceso de creación de nuevos espacios físicos, sino espirituales, en el recuerdo de cada una de las personas que de una forma u otra sufrieron el conflicto en el territorio colombiano.  
Existen diversas formas de artealizar los recuerdos para promover la resiliencia. A raíz de este camino hacia la paz, han nacido diferentes programas e iniciativas que tienen como fin principal resignificar ciertos eventos para facilitar el proceso de transición y reintegración tanto de las víctimas del conflicto como de exguerrilleros y combatientes. Programas como “Frente al otro: Dibujos por la paz”, “Última puntada por la paz”, “Las voces del Salado” y “Arte y memoria", son ejemplo de esto y han buscado generar ese nuevo paisaje de la memoria basándose en el recuerdo de lo vivido por quienes han participado en dichas iniciativas, con el fin de generar una nueva visión del conflicto y poder enfrentarse al pasado para así poder construir un futuro. El paisaje de la memoria se trata entonces de construir desde el recuerdo de lo que pasó, de contemplar para entender y sanar, sin olvidar, pero evitando el resentimiento que podría hacernos volver a caer.  
Estas iniciativas nos permiten ver de primera mano los testimonios de quienes han sido más afectados por el conflicto. “Frente al otro: Dibujos por la paz” es el resultado de un ejercicio transformador en el que se entiende el dibujo como un lugar de encuentro. Es un proyecto que se dio en 2013 cuando el Banco de la República y la Agencia colombiana para la Reintegración invitaron a 12 artistas a dibujar los testimonios de 130 personas en proceso de reintegración. “La muestra es una invitación a recorrer Colombia y un intento por trabajar en una sociedad más allá del conflicto armado, a través de estos dibujos y palabras, testigos de lo que sucede cuando nos sentamos frente al otro.” (Banco de la República, 2013). Fue entonces un ejercicio en el que se buscó generar empatía, para entender que, aunque todos venimos de una realidad distinta con respecto al conflicto, pertenecemos al mismo país, en proceso de sanación.  
“’Última puntada por la paz” es una iniciativa del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, en la que víctimas directas e indirectas del conflicto armado bordaron más de un kilómetro de tela, con historias de paz, reconciliación y memoria, como una forma de reivindicación de los derechos que en algún punto les fueron arrebatados por la guerra. “Los participantes construyeron con sus manos y permitieron que sus corazones guiaran el tejido que representa el pasado, el presente y el futuro. {...} Los costureros de la memoria son un espacio de construcción colectiva que a través del arte dignifican la vida.” (Gustavo Quintero, alto consejero para las víctimas en Bogotá, 2018). Fue un acto simbólico que permitió crear paisaje a partir de un tejido, como una catarsis para quienes necesitaban plasmar el dolor que les generaban los más oscuros recuerdos del pasado.   
“Arte y memoria” por Juan Manuel Echavarría es una serie de exposiciones que tienen como objetivo visibilizar el conflicto. Son tres muestras: “Guerra y Pa”, la serie “Silencios” y “La guerra que no hemos visto”, mencionada anteriormente. La primera se trata de un video, en el que dos loros, un macho y una hembra están peleando. Al macho le enseñaron a decir la palabra guerra, y es quien invade y ataca el espacio de la hembra, mientras ella, sin responder a las agresiones, repite la palabra Pa, haciendo referencia a la paz. “El lenguaje corporal de los animales y ese “accidente” fonético le permitió expresar en la obra que la paz es un concepto incompleto y una palabra mutilada” (Melissa Serrato Ramírez, revista Diners 2009). Por otra parte, la serie “Silencios” es una muestra fotográfica, de recorridos de Echavarría por las principales escuelas afectadas por el conflicto, hoy en día en ruinas. Y, por último, “La guerra que no hemos visto” es una muestra en la que el artista creó un espacio para que guerrilleros, soldados y víctimas se abrieran a la memoria, a narrar, desde su punto de vista, lo que había significado el conflicto para ellos.  
Todas estas muestras artísticas dan cuenta del alcance y gran potencial que tiene la  artealización del paisaje. En muchos casos, en las obras se narraban hechos traumáticos que marcaron la memoria de quienes lo ilustraban, los personajes y la narrativa estaban completamente ligados a la composición del territorio, a sus montañas, casas y ríos, lo que demuestra el rol protagónico que tiene el paisaje en esta historia.   
Al hablar de territorios que durante mucho tiempo estuvieron en conflicto, es necesario reconocer que existen recuerdos de dolor y sufrimiento relacionados directamente con estos. El paisaje tiene que reconocerse como vestigio de algo que pasó, pero que hoy en día no pasa más. Debe convertirse en un recurso generador de memoria, es un espacio físico que se resignifica para dejar su evidencia física y así convertirse en casi algo espiritual, un lugar que evoca los hechos sucedidos permitiendo avanzar, salir del dolor y recordarlo como parte del pasado sin que determine el presente de quienes lo habitan.  
El Salado y Bojayá 
Lugares como El Salado y Bojayá, que sufrieron la violencia se han esforzado por recordar. Entre el 16 y el 21 de febrero del 2000, en El Salado, fueron asesinadas 66 personas. Era el lugar más próspero de los Montes de María:  
“Los hombres sembraban, recogían y secaban el tabaco, mientras las mujeres, contratadas por dos grandes empresas –Espinoza y Tayrona–, lo seleccionaban, prensaban y empacaban; lo que le dio una incipiente cultura fabril al pueblo.” (Ruiz, M.2008).  
Sin embargo, los habitantes del Salado tenían un presentimiento, algo malo iba a pasar en la mañana de ese 16 de febrero. Edita Garrido cuenta que la prosperidad del Salado había hecho que la guerrilla pusiera sus ojos en el pueblo:  
“Los frentes 35 y 37 de las Farc hostigaban con frecuencia a la decena de policías que mal armados intentaban defenderse, hasta que un día vino un helicóptero y se llevó para siempre a los agentes. Así, El Salado quedó expuesto a su suerte y a las Farc.” (Ruiz, M.2008).   
En diciembre de 1999, un helicóptero sobrevoló la zona del Salado y arrojó una serie de panfletos que decían “Cómanse las gallinas y los carneros y gocen todo lo que puedan este año porque no van a disfrutar más”. Delcy Méndez cuenta que era como uno de los cuentos de García Márquez en el que: "No sabíamos qué iba a pasar, pero sabíamos que algo estaba por suceder”. Y así fue, ese febrero marcó la vida de los habitantes del Salado, no volvieron a ser los mismos y mucho menos olvidaron lo que les pasó: 

Porque nos llena de nostalgia 
Tantos amigos que murieron aquí 
Son tantos dolores que hay dentro de uno 
Pero que, este dolor que toitos sentimos 
Que no sea para olvidarlo 
Sino para llevarlos y honrarlos  
Como los buenos amigos que siempre fueron  
Y como aquellas personas que no merecieron morir 
(Voces del Salado) 

El grupo guerrillero se tomó la cancha de la plaza central para acompañar con música los múltiples asesinatos y torturas. Desde ese momento, los habitantes de El Salado no han podido borrar de su recuerdo la imagen de la plaza pintada de rojo por la sangre de sus seres queridos. Pocos días después de la tragedia, aproximadamente 280 de los sobrevivientes decidieron abandonar sus casas tras no poder sobrellevar el dolor que sentían en el alma. El Salado se convirtió casi en un pueblo fantasma, sin embargo, todavía se respiraba la esperanza por parte de los saladeños de algún día poder regresar a su hogar. El pueblo empezó entonces un proceso de sanación, en donde la arquitectura y el arte jugaron un papel indispensable. La intensidad de lo que pasó permitió llegar a una gran profundidad conceptual a la hora de intervenir el paisaje con el fin de resignificarlo.  
“En este lugar, donde la estructura social y el sentido de comunidad quedaron destruidos, la memoria de su condición anterior y de los mismos hechos que la transformaron brutalmente sirvió de semilla para construir un nuevo orden.” (Simón Hosie,2016)  
La Casa del Pueblo, construida en el año 2012, es un reflejo de la frase de Hosie. A partir de entender el valor de las preexistencias, como la cancha deportiva, (que a mediados de febrero del 2000 se convirtió en escenario de uno de los actos más terribles en la historia de nuestro país) el diseño arquitectónico adquirió una forma y un carácter especial.  Fue construida entre toda la comunidad y ubicada en la manzana más importante del pueblo, se divide en tres ranchos: el de los niños, el de las reuniones y el universal. Su proyecto parte de las tradiciones del lugar, los sistemas constructivos y sus elementos estéticos responden al contexto y su historia. En este proyecto, en el cual participaron las diferentes generaciones del salado, está invitado todo el mundo: “Es un espacio dedicado a la imaginación y a la memoria. Dos ejercicios que se aprenden jugando fútbol sobre una cancha, como la que había en el corazón del Salado, donde hoy hay una losa limpia, lavada por la comunidad, por razones que nadie debe olvidar” (Simón Hosie). 

En Bojayá, la iglesia del pueblo se convirtió en el escenario de una masacre que marcó la historia del lugar y sus sobrevivientes. “Los cristales volaron. Las tejas cayeron convertidas en afilados cuchillos y la madera de una de las 12 bancas salió disparada en astillas.”  Luz Nelly Mosquera, de 19 años.  
La gente quedó destrozada en cuerpo y alma, muchos de los sobrevivientes dejaron el pueblo pues era les imposible seguir viviendo en el lugar en el que habían perdido todo y, sin embargo, no quisieron olvidar. “Bocas de ceniza” es un video en el que Juan Manuel Echavarría buscó mostrar la memoria colectiva que existe en Bojayá a través de relatos cantados por los sobrevivientes. No obstante, este video: “no es un simple depósito de hechos pasados: es un reclamo ético de justicia en el presente. La justicia que aquí se reclama no es agonística o confrontacional. Es la sencilla demanda de las víctimas de que no olvidemos sus nombres” (Zuluaga, P.2014). Bojayá se convirtió en otro paisaje de la memoria en el momento en que sus habitantes decidieron no olvidar lo que pasó en su pueblo, que se convirtió en un espacio físico cargado del recuerdo de un pasado en el que vivían felices que, por lo que pasó reclama un futuro de perdón y paz.  

Eran las seis de la mañana compadre 
Cuando sucedió un caso muy grave 
Sonó un fusil, sonó una AK, como una metralla 
Respondieron los paras 
Devastaron a Bojayá 
Allá fue la cosa seria 
Se fue tejiendo el plomeo y la gente asustada 
Se fueron 20 para la iglesia, porque estaban seguros q 
 Que allá nada les pasaba 
Como era un lugar de Dios, El Señor los amparaba 
Compadre, pero que tristeza lo que ocurrió en Bojayá, mira que tantas muertes 
En una equivocación lanzaron una pipeta 
Cayó derecho en la iglesia 
Y acabó con muchas vidas 
Como a los 3 segundos de ella haber estallado 
Muchos de nuestros parientes quedaron destrozados 
La gente corría, Los niños lloraban  
De ver como su pueblo lo acababan 
Yo no lo puedo creer ni lo puedo imaginar  
Que eso allá en Bojayá, haiga podido pasar 
(Noél Gutierrez, escrita por él tras ser testigo de la masacre de Bojayá, Chocó) 

Paisaje de la memoria 
El contexto colombiano evoca una serie de recuerdos que se quedaron estáticos en el tiempo. Que por muchos años generaron dolor y ganas de ser olvidados. El paisaje de la memoria es el reflejo de la resiliencia de quienes sufrieron en carne propia el conflicto armado y que, a pesar del dolor que reflejan muchos de los paisajes colombianos, decidieron recordarlos para evitar repetirlo. El paisaje de la memoria no se trata entonces de llegar a una reconstrucción física de un determinado lugar con el fin de superar un evento traumático, a veces, este se trata de generar en el imaginario de cada una de las víctimas una relación interior, casi espiritual, que les permita generar nuevas asociaciones con el lugar, donde cada uno, mediante el recuerdo de lo que pasó, pueda darle  una nueva definición, de manera individual, a aquellos lugares que necesita resignificar.  
                  El paisaje de la memoria nos permite llevar el paisaje en la vida, en el día a día, mediante la experiencia y la memoria.  
 El campo colombiano es un aula al aire libre, llena de enseñanzas que van desde la inmensa biodiversidad que nos caracteriza, hasta aprender de nuestros errores por medio del paisaje de la memoria para ser cada vez un poco más humanos.  
Referencias
Idárraga Alzate, M. (2018). Centro Nacional de Memoria Histórica. [online] Centrodememoriahistorica.gov.co. Disponible en: http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/en/component/content/article?id=127:recuerdos-la-importancia-de-la-memoria
Neira, A. (2002). ¿Cómo fue la tragedia de Bojayá?.Recuperado de: https://www.semana.com/nacion/articulo/como-fue-la-tragedia-de-bojaya/50635-3

El Paisaje de la Memoria
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Artículo sobre el paisaje de la memoria en un país en posconflicto.

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