Una lámpara, una cigarrera, un florero, un pirófono, una caja de cartón que contiene pequeñas fichas multicolores, un gran secante de cartón duro con incrustaciones de carey, un portalápices de vidrio, varias piedras, tres cajas de madera torneada, un despertador, un calendario de botonera, un bloque de plomo, una gran caja de cigarros (sin cigarros. pero llena de objetos pequeños), una espiral de acero donde se pueden deslizar las cartas en espera, un mango de puñal de piedra tallada, registros, cuadernos, volantes, múltiples instrumentos o accesorios de escritura, una gran almohadilla, varios libros, un vaso lleno de lápices, una cajita de madera dorada (nada parece más simple que confeccionar una lista, pero es más complicado de lo que se cree: siempre olvidamos algo, estamos tentados de escribir "etcétera", pero en inventario no se escribe "etcétera". La escritura contemporánea, con raras excepciones (Butor), ha olvidado el arte de enumerar: las listas de Rabelais, la enumeración de los peces, propia de Linneo, en Veinte mil leguas de viaje submarino, la enumeración de los geógrafos que exploraron Australia en Los hijos del capitán Grant...).
Hace varios años que planeo escribir la historia de algunos de los objetos que ocupan mi mesa de trabajo; escribí el principio hace tres años; al releerlo, advierto que, de los siete objetos de que hablaba, cuatro están aún en mi mesa de trabajo (pese a que en el ínterin me mude); dos han sido cambiados: una almohadilla, que reemplace por otra almohadilla (se parecen mucha, pero la segunda es más grande), y un despertador de pilas (cuyo lugar de pertenencia, ya lo notaba entonces, era la mesa de noche, donde se encuentra hoy), reemplazado por un despertador de cuerda; el tercer objeto desapareció de mi mesa de trabajo: es un cubo de plexiglás formado por ocho cubos unidos entre sí de tal modo que pueden cobrar gran cantidad de formas; me lo ofreció François el lionés; está en otro cuarto, sobre una repisa de radiador, al lado de otros rompecabezas y juegos similares (uno de ellos esta en mi mesa de trabajo; es un doble tangram, un juego chino que consiste en dos veces siete trozos de material plástico blanco y negro que sirven para formar un sinfín de figuras geométricas).
Antes yo no tenía mesa de trabajo, es decir, no había una mesa expresamente destinada a ese propósito. Aún hoy trabajo a menudo en un café; pero en casi es muy raro que yo trabaje (escriba) fuera de mi mesa de trabajo (por ejemplo, jamás escribo en la cama) y mi mesa de trabajo sólo sirve para mi trabajo (una vez más, al escribir estas palabras advierto que ello no es del todo exacto: dos o tres veces por año, cuando hago fiestas, mi mesa de trabajo, totalmente despojada, cubierta de servilletas de papel –como la tabla donde se apilan mis diccionarios– se convierte en buffet).
Así, una cierta historia de mis gustos (su permanencia, su evolución, sus fases) se inscribirá en este proyecto. Con mayor precisión, se tratará una vez mas de un modo de delimitar mi espacio, de una aproximación algo oblicua a mi práctica cotidiana, un modo de hablar de mi trabajo, mi historia, mis preocupaciones, un esfuerzo para asir algo que pertenece a mi experiencia, no en el nivel de sus reflejos lejanos, sino en el corazón de su emergencia.