La Mona Lisa esperaba pacientemente su salto a la fama. Cruzada de brazos en la pared del Louvre, antes del 21 de agosto de 1911, era una más de las tantas obras del Museo.

Sin embargo, un hecho fatídico la sacó de ese célebre anonimato de cuadro ilustre sin fama ni renombre.

Vincenzo Peruggia un lunes de agosto de 1911 se robó a “La Joconde” del Louvre, pero con un método sencillo sin pasadizos secretos ni grandes artimañas al estilo Hollywood.

Peruggia logró entrar al Museo del Louvre y salir con la pintura de Leonardo da Vinci bajo el brazo con el mínimo indispensable de preparación delictiva. Pero, el hecho causó tal sensación que el robo y la pesquisa desatada para recuperar la obra crearon un ícono mundial.

A raíz del robo, la imagen de la Gioconda comenzó a aparecer en todos los noticieros cinematográficos, en cajas de chocolate, postales y demás soportes de la época. De un momento a otro y gracias a su ausencia,-explicó Sebastián Hidalgo Sola-, se transformó en una celebridad al estilo de estrellas de cine y cantantes. La gran difusión que tuvo la obra por todos los medios posibles fue una manera de alertar y hacer circular en todos los circuitos el hecho. Y, la estrategia funcionó. Su porte de dama noble y enigmática, comenzó a ser parte del imaginario colectivo y su ausencia una ocasión de hacerla más valiosa.

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