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En Colombia, Cartagena debeย ser la ciudad donde la desigualdad se vive con mรกs crudezaย โyย si me afanan, dirรญa que,ย muyย probablemente, del mundo.ย Es una inequidad que conjuga sin mucha sofisticaciรณnย la clase, la raza y el gรฉnero con unaย patente segregaciรณn espacial.ย
Los adinerados blancos (nacionales y extranjeros) se atrincheran con puentes y muros,ย en armoniosa complacencia con los aparatos estatales, de la masa pobre y racializada . ย Las murallas, literalmente, se alzan para cerrarย el centro histรณrico reservado para los restaurantes, los hoteles y las tiendas de los turistas โun lugar en el que, desde luego, el valor de la propiedad se mide con estรกndar internacional. Bocagrande y Manga,ย ย por poner un par de ejemplos, aunqueย diferentes, estรกn bien delimitados tambiรฉn. Una por una historia colonial que formรณ el espacio mismo, la otra porย los puentes que unen lo que el agua separa.ย
Puesย bien, el 25 de noviembre de este aรฑo, en conmemoraciรณn del Dรญa Internacional de la Eliminaciรณn de la Violencia contra la Mujer, las mujeres porpularesย de la ciudad entraron a reclamar el centro histรณrico como espacio de memoria del despojo del que han sido sujetas largamente. En su diversidad (como trabajadoras, formales e informales, de edades, de credos, de proveniencia) se unieron para remover la apasible complacencia de turistas y de trabajadorxs advenedizxs. La desigualdad se denunciรณ a voz viva en cada espacio del centro, plaza a plaza.ย
Las cartageneras hicieron elย silencio ensordesedor.ย